A veces nos cuesta ver la conexión, pero está ahí: todo lo que te rodea influye en cómo te sientes.
Tu hogar no es solo el sitio donde desayunas o te tiras en el sofá después del trabajo. Es también un lugar que puede calmarte o estresarte. Agotarte o inspirarte… e incluso tu casa puede sanar tu mente. Todo dependiendo de cómo esté pensada y habitada.
No es magia ni tampoco es humo. Es ciencia. Y tiene nombre: neuroarquitectura. Una disciplina que une psicología, neurociencia y diseño para crear hogares que cuidan tu mente y tus emociones.
La naturaleza, aunque sea desde la ventana
Uno de los estudios más conocidos dentro de este campo se hizo en un hospital. Compararon la recuperación de pacientes según si tenían vistas a la naturaleza o a una pared. ¿Adivinas qué grupo se recuperó antes y mejor? Exacto, los que veían árboles, cielo, verde.
No esperes a estar en el hospital para buscar trucos que te ayuden a sentirte bien y a sanar. Solo necesitas ver cómo puedes aplicarlo en tu casa.
Por ejemplo, si tienes la suerte de que alguna de tus ventanas da a un parque, a un árbol bonito o a un patio con vida… intenta que esa vista sea la que más ves durante el día. Quizás puedes mover el sofá, el escritorio, o incluso la mesa de desayunos para tener un poquito de esa naturaleza sanadora cuando levantes la vista.
Otro detalle que marca la diferencia es la madera. Está demostrado también con estudios que rodearte de madera en interiores genera una sensación de bienestar. Pero aquí te aconsejo que no compres todo del mismo color de madera o con ese acabado grisáceo artificial porque el efecto se pierde. ( Psst. Como dije aquí , este es un error muy común, no te sientas mal si lo has cometido).
La luz no es decoración: es salud
Seguro que alguna vez te ha pasado: de pronto entra esa luz dorada del atardecer en casa y dices “Wow, qué bonito se ve todo”.
Esa sensación no es casual. Estamos biológicamente conectados con la luz natural. Nuestro cuerpo responde al ciclo del sol —lo que se conoce como ritmo circadiano— y por eso la luz también nos regula emocionalmente.
No es lo mismo una cena romántica bajo una luz blanca y fría de tubo fluorescente que a la tenue luz de unas velas. Uno nos acelera y nos tensa, el otro nos relaja y nos invita. Es la misma cita, pero el efecto emocional cambia por completo.
¿Y entonces qué podemos hacer?
Empieza por pensar en cómo entra la luz natural en tu casa. Quizás puedas dejar la persiana algo subida por la noche para que te despierte poco a poco la claridad del día.
Y si hablamos de luz artificial: elige bombillas cálidas, de unos 2.700 lúmenes. Esa luz amarilla suave imita mejor al sol. La luz blanca o fría, por encima de los 3.000 lúmenes, está pensada para ver con precisión —como en una fábrica, un quirófano… o a lo sumo en la encimera de la cocina cuando picas cebolla.
Y aquí tengo que decirlo: no soy muy fan de los techos plagados de tiras LED ni de tenerlo todo iluminado como si esperáramos una inspección sanitaria. La sombra también tiene su lugar. La luz debe ser intencional: ¿qué quiero iluminar y por qué? No hace falta verlo todo, todo el tiempo.
Tu casa también habla de ti
Esto me parece fascinante y lo voy a desarrollar más en otro post, porque da para mucho:
Los humanos necesitamos dejar huella, expresarnos, pertenecer. Lo hacemos con la ropa, con la música que escuchamos, con cómo llevamos el pelo o qué subimos en nuestro perfil en redes. Entonces… ¿por qué no aplicar eso a nuestra casa?
Tu casa debería hablar de ti como lo haría alguien que te quiere bien. Y es tan importante o más porque es el lugar donde ocurre tu vida: donde ríes sin filtro, lloras cuando nadie mira, haces tostadas medio dormida, te arreglas para salir al mundo o te quedas a salvo. Es tu refugio, tu escenario, tu espejo. ¿Lo que ves… que dice sobre ti?
Porque cuando un espacio te representa de verdad, no se trata solo de si te gusta el estilo nórdico o el mediterráneo. Va mucho más allá. La pregunta no es “¿qué muebles te gustan?”, sino “¿cómo es tu día a día… y cómo podemos hacer que tu casa lo abrace mejor?”
Pongo un ejemplo sencillo: ¿Dónde desayunas? Si lo haces en la cocina y ese momento consiste en un café rápido mirando el móvil antes de salir corriendo, quizá no necesitas tener allí la tostadora, la Air Fryer, el exprimidor y medio arsenal de electrodomésticos sobre la mesa de la cocina.
Quizá te haría más feliz tener una lámpara que suavice la luz de la cocina, una planta, o una foto enmarcada de tu gatito que te saque una sonrisa antes de salir de casa. Eso también es diseño. Un diseño que tiene sentido porque parte de ti, no de lo que toca hacer según la moda de turno.
Si este tema te ha picado la curiosidad y quieres saber más sobre cómo afecta el espacio a tu bienestar, te recomiendo muchísimo el libro «Neuroarquitectura. Aprendiendo a través del espacio (Expresarte)» de Ana Mombiedro. O también puedes buscar alguna charla de ella en Youtube que siempre lo explica con una claridad increíble.